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Santiago Serrano

 

Argentina

El teatro argentino acusó una gran dependencia del teatro europeo (español, italiano y francés) hasta finales del siglo XIX. Entre los teatros más sobresalientes construidos antes del 1900 están el Colón, los de la Opera y Variedades, Liceo, Politeama, Nacional, Etc. Los teatros se hallan en manos de elencos extranjeros, particularmente españoles e italianos pero también franceses, ingleses y de otras lenguas. En unos se ofrece el gran repertorio universal, clásico y moderno, animado por los artísticos dramáticos y lírico de mayor fama mundial. En otros se compone las carteleras con zarzuelas, bodeviles y piezas de diversión de variado origen y, ya hacia fines del siglo, abunda en ellos el llamado "genero chico" hispano. El gran teatro es mantenido por una elite para su particular necesidad cultural, regusto artístico o simple figuración social. En la escala menor también es frecuentado por dicha elite, en tren de "francachela" o entretenimiento, pero la programación se dirige y atrae a un publico más popular en todo sentido.

Por varias décadas se carece no solo de un teatro de obras nacionales, sino también un elenco integrados por artistas criollos que pueda interpretar, sin falseamientos de ninguna índole, a los autores locales.

En 1886, el "Circo de los hermanos Carlo" encargó a Eduardo Gutiérrez la adaptación de su novela Juan Moreira (1879) para ser presentada como espectáculo ecuestre-gauchesco-circense. El papel principal estuvo a cargo del actor José Podestá quien más tarde perfeccionó la adaptación de Gutiérrez que consistió en un mimodrama, convirtiendo Juan Moreira en el drama con el cual se inicia el teatro argentino con temas de espíritu nacional apoyados en la figura del gaucho, que conforma todo un ciclo en la literatura no sólo argentina, sino también uruguaya. Las obras del Ciclo gauchesco sitúan su acción en la Pampa y tratan acerca de los abusos e injusticias sufridos por los gauchos, la defensa de valores sociales y los conflictos con las autoridades debidos a la desigualdad social.

El realismo se estableció con Florencio Sánchez (1875-1910), que aunque nacido en Uruguay ganó su prestigio internacional en Argentina con obras como Barranca abajo (1905). Samuel Eichelbaum (1894-1967) es uno de los autores de más fuerte personalidad en el teatro argentino de principios del siglo XX. Llevó la crudeza del naturalismo al teatro con una fuerza dramática excepcional como puede apreciarse en La mala sed (1920), Un guapo del 900 (1940) y Dos brasas (1955).

En contraposición con el realismo se sitúa el teatro de Conrado Nalé Roxlo (1898-1971) con comedias como La cola de la sirena (1941) o El pacto de Cristina (1945), dramas de vuelo poético y más cercanos al simbolismo.

Durante la década de 1930 se formó el Teatro del pueblo, grupo teatral que mostró gran interés por la experimentación y la búsqueda de nuevas técnicas escénicas que dejaron a un lado el teatro de autor para centrarse en la figura del director. Esto tuvo como consecuencia la formación de un nuevo público, más intelectual y menos popular, interesado por la renovación vanguardista.

Surgieron entonces una serie de dramaturgos importantes como Roberto Arlt con La isla desierta (1937), obra inquietante acerca de la burocracia atrapada entre sus deseos y ansiedades y el mundo cotidiano e inmóvil en que se desarrolla su actividad. Otros dramaturgos importantes son Carlos Gorostiza El puente (1949), Agustín Cuzzani; Andrés Lizárraga.

El grupo Fray Mocho cuyo nombre completo es Centro de estudios y Representaciones de Arte Dramático Teatro Popular Independiente Fray Mocho realiza un aporte de mucha significación - tanto teórico como práctico--, al movimiento de escenarios libres. El aglutinante y conductor es Oscar Ferrigno, pero en la fundación se encuentra rodeado de Esther Becher, Estela Obarrio, Agustín Cuzzani, Mírko Alvarez, Elena Berni, Raquel Kronental y Salvador Santángelo.

Oscar Ferrigno egresado del Conservatorio Nacional de Arte Escénico se incorpora a La Máscara y luego viaja a Europa, en donde entra en contacto directo con los núcleos de la vanguardia teatral francesa. Por eso es que al regresar a Buenos Aires en 1960 se preocupa por organizar, en La Máscara, cursos internos de capacitación para los intérpretes. Sus proyectos escapan a los esquemas de una agrupación ya constituida desde hace años y, ante las dificultades que encuentra para desarrollar las tareas de su interés, deja el conjunto y funda Fray Mocho. Lo hace con todas las exigencias que considera imprescindibles. Así es como, antes de presentarse el elenco, los integrantes siguen un año de estudios y de ensayos internos. Posteriormente ofrecen funciones en distintos lugares y, en particular, en el caserón que ocupan y convierten en sede central, Posadas 1059. Luego alquilan un amplio galpón en Cangallo 1522 y lo transforman en una acogedora sala teatral. La presentación ya orgánica del grupo que dirige Ferrigno logra aquí una gran resonancia popular. Además de un repertorio universal bien seleccionado, principalmente moderno y que permite la experimentación de nuevas propuestas escénicas, existe un gran interés por el autor argentino o rioplatense. Se alternan los programas con espectáculos como La gota de miel de León Chancerel y El descubrimiento del Nuevo Mundo de Lope de Vega, según la versión libre de Morvan Lebesque, con piezas de nuestro repertorio nacional como Moneda falsa de Florencio Sánchez y Los disfrazados de Carlos Mauricio Pacheco, dando una importancia especial y el aliento necesario a los autores nuevos, como el caso de Osváldo Dragún, que prácticamente se forma bajo las incitaciones y posibilidades que le brinda Fray Mocho. Dragún presenta aquí, entre otras obras, La peste viene de Melos, sus tan famosas Historias para ser contadas, Historia de mi esquina, Túpac Amaru; Bernardo Canal Feijoo llega al escenario del Fray Mocho con la picaresca de Los casos de Juan, y Andrés Lizarraga estrena El carro Eternidad y Santa Juana de América. Son estos algunos de los títulos que componen la cuarentena de obras del repertorio, la mitad de las cuales pertenecen a autores nacionales, ocho de ellos actuales y jóvenes (como Agustín Malfatti con El príncipe de los pájaros, Roberto Galve con La Giorgia, Blas Raúl Gallo con La vida que nos dejan).

Entre los artistas que participan, y además de los registrados, se hace necesario destacar las actuaciones de Norma Aleandro, Idelma Nudel, Adriana Aizenberg, Néstor Raimondi, Moisés Fárberman, Alberto Panelo, Roberto Espina, Carlos Pugliese, Rodolfo Brindisi, Walter Soubrié, José Luis Di Zeo, Pablo Herrera, Leonardo Goloboff, etcétera.

Por su preparación y organización, Fray Mocho es el primer elenco independiente que puede llevar a cabo repetidas y largas giras nacionales (14) e internacionales (7). Otros conjuntos libres han hecho representaciones en el interior y aun en el exterior del país, pero nunca con tal continuidad y envergadura semejante. En el aspecto teórico y para llegarse a la conformación adecuada, a la que Oscar Ferrigno, como director muy alerta, asigna una importancia sustantiva, Fray Mocho organiza clases y cursillos sobre materias de capacitación general y rubros especializados, y edita Cuadernos de Arte Dramático (10) y Suplementos de Estudio (31), dedicados por entero, unos y otros, a la documentación y desarrollo de temas específicos a cargo de maestros y experimentadores como Stanislavski, George Pitoeff, Jaques Dalcroze, Copeau, Brecht, André Barsaq, Joan Doat, Dullin, Antonio Cunill Cabanellas, Pedro Enríquez Ureña, Gastón Breyer, Vicente Fatone, etc. Creemos oportunas estas referencias para que se aprecien mejor las tareas cumplidas por este grupo , ejemplar tanto por lo logrado como por sus proyecciones que, tras de una década de labor intensa, es desalojado en 1961 de su local de la calle Cangallo. Si bien Fray Mocho prosigue por un tiempo sus tareas dedicadas a la capacitación y a las presentaciones, sus actividades carecen de la organicidad mantenida hasta entonces y, finalmente, el núcleo desaparece. 

Osvaldo Dragún, muy atento a la problemática socioeconómica utiliza una vigorosa técnica expresionista y recursos brechtianos. Ingresó en el grupo Fray Mocho, donde en 1956 estrenó su primera obra, La peste viene de Melos (1956), sobre la invasión a Guatemala. Le siguieron Historias para ser contadas, Tupac Amaru, Los de la mesa 10, Historia de mi esquina (1959), entre los más de 30 títulos que escribió. En el 62 ganó el premio Casa de las Américas por Milagro en el mercado viejo y en el 66 volvió a obtener la misma distinción por Heroica de Buenos Aires. Fue uno de los más enérgicos impulsores -si no el más- de Teatro Abierto, en cuyo marco estrenó Mi obelisco y yo, en el 81; Al vencedor, en el 82; y Hoy se comen al flaco, en el 83. A partir 1989, en Machurrucutu ( La Habana) funda con otros teatristas la Escuela Internacional de teatro de America Latina y el Caribe. En 1995 la EITALC fue reconocida como Cátedra UNESCO del teatro latinoamericano . La idea de su creación nació durante el III Congreso de Teatristas que tuvo lugar en La Habana en abril de 1987, dada la ausencia de un espacio pedagógico que atendiera a las necesidades de formación e intercambio de los creadores teatrales del continente. Osvaldo Dragún fue su director hasta su muerte en 1999.

Griselda Gambaro y Eduardo Pavlosky representan la renovación vanguardista surgida a partir de los años 1960, década en la cual se alcanzó una gran libertad de expresión respecto a los problemas sociopolíticos. Ricardo Monti es otro de los autores tardíos destacados de este movimiento con obras como Los siameses (1967), El campo (1968), Una noche con el señor Magnus e hijos (1970) e Historia tendenciosa de la clase media argentina (1971).

El régimen militar y su censura dieron paso a obras grotescas y simbólicas alusivas a la situación social; a este ciclo pertenecen La nona (1977) de Roberto Cosa y Telarañas (1977) de Pavlosky. Otros esfuerzos de protesta contra el régimen fueron los realizados por el Teatro abierto fundado en 1981 dedicado a representar obras de autores reconocidos y de jóvenes valores, entre los que destaca Eugenio Griffero con El príncipe azul (1982), que trata sobre los roles sociales rígidos que llevan a la traición de los más auténticos y vivos sentimientos.

Con el restablecimiento de la democracia, la fórmula teatral imperante perdió su sentido y la escena volvió a ser ocupada por los autores ya consagrados como Gambaro, La mala sangre (1982); Pavlosky con Potestad (1985), y Cossa con Los compadritos. A partir de 1983 han surgido nuevos nombres como Juan Carlos Badillo, Daniel Dátola, Nelly Fernández Tiscornia, Emeterio Cerro y Carlos Viturelo.